Wednesday 14 January 2015

La felicidad está en la esencia, no en las formas



 África es uno de esos lugares del mundo donde desafortunadamente es fácil  sentir que la esperanza se desvanece. Debido a la pobreza, el hambre, las enfermedades, los conflictos armados y la corrupción de muchos de sus Gobiernos; el sufrimiento  humano se percibe allí de un modo muy intenso, es palpable y devastador.

A raíz de estas extremas condiciones de vida que una gran mayoría de los africanos padece,  uno que viene de fuera; podría pensar que es  muy difícil encontrar  entre sus habitantes sentimientos  vivos como la esperanza, la alegría,  la ilusión o la satisfacción personal. ¿En medio de la pobreza puede uno encontrar felicidad?

He sido testigo del encuentro de la felicidad  verdadera en los corazones de una gran mayoría de personas con las que me he relacionado a lo largo de mi estancia en Ghana, pero evidentemente  se trata de un tipo de felicidad en estado espiritual muy diferente al prototipo de felicidad que se vende y promociona en los países con sociedades que viven en la cuna del bienestar. 

Dejando a un margen a las clases sociales africanas más elitistas (que disfrutan de las mismas comodidades que las  clases pudientes de todo el mundo) los africanos en general no tienen dinero, ni gozan de  fama, ni reconocimiento social o éxito profesional. No saben lo que es vivir en la abundancia material.

Sus vidas quedan reducidas a una lucha constante por la supervivencia y la aceptación de un destino que no pueden cambiar, porque el sistema mundial está establecido para desangrarlos.

Con este panorama, quienes  consideren que la felicidad depende de alguno o de la combinación de todos estos bienes materiales o meritocráticos; desde ya deberían saber que en África no encontrarían ese tipo de felicidad  superflua que están buscando. Pero sí hallarían  otro: una felicidad más auténtica, intrínseca que una vez experimentada no se  pierde jamás.

Existe una conexión especial  entre la gente de allí y su particular  forma  de percibir  el valor de la vida; de comprender el verdadero sentido de nuestra existencia, que conduce a uno mismo a sentirse plenamente realizado como ser humano, independientemente de lo que posea o logre en la vida; provocando en consecuencia; un tipo de felicidad interna  y única, que no  se encuentra ni se respira  fácilmente en los aires de las sociedades de los países más desarrollados económica y académicamente.

 En cuanto uno comienza a ver la perspectiva de la realidad desde este lado del mundo se produce un cambio de prioridades  en nuestra estructura mental, que muestra claramente que la felicidad no depende en absoluto de ningún factor externo a nosotros sino interno; por lo que la felicidad en su estado más simple y puro, germina y crece dentro de cada uno y no fuera; no reside en los logros  que uno consigue  de cara a los demás sino  en aquellas pequeñas experiencias de vida que nos permiten interiorizar  en nosotros mismos y  compartir con los demás.


Está de moda juzgar a las personas  y etiquetarlas según sus resultados profesionales, sus ganancias, sus prestigios y éxitos; así como también desecharlas según sus equivocaciones y errores, considerados casi siempre como vergonzosos fracasos.

¡Cuántas veces oímos decir  en nuestras sociedades occidentales: ese/ esa es un fracasado, es un perdedor, no ha llegado a nada, no vale nada! sólo por que tal o cual persona en cuestión no ha alcanzado suficientes méritos o no ha superado las expectativas que los demás esperaban.


Cuantas veces, esas mismas sociedades que presumen de ser consideradas avanzadas a nivel mundial en cuanto a desarrollo, son las mismas sociedades huecas que descartan, menosprecian y excluyen el valor de la vida humana, sin apreciar la riqueza que hay en el interior de cada uno de  sus integrantes. Por muy pobre o rico, sano o enfermo, jóven o viejo que uno sea; el valor como ser humano es el mismo para todos, aunque  muchos sectores sociales autoproclamados progresistas, dejen claro que los que valen y ' juegan en este partido de la vida' son sólo los que brillan por sus éxitos y óptimos resultados, los fuertes y los nacidos con estrella, como suele decirse.

Tristemente estos sectores también se empeñan en promover  que  los que nacieron  estrellados  'no sirven' ni como suplentes. Por sus bajos rendimientos son considerados 'moslestias del sistema'  y  los sacan  del partido sin demasiados miramientos.

Así funcionan nuestras sociedades, con excepciones claro; pero la realidad nos muestra que  nuestro sistema social es cada vez más competitivo y voraz. Sus graves consecuencias están repercutiendo
 en todas partes, aumentando la brecha de pobreza existente entre los países con población que vive en la miseria, con respecto a otros donde sus habitantes no saben  en qué gastar el dinero.


 Una fusión de sentimientos encontrados  invade a quien conoce la realidad desde los lugares  que padecen los tormentos de la pobreza. La pregunta es ¿ qué  hacer una vez que se ha conocido y comprendido  esa realidad? ¿cómo mejorarla?



Los efectos y secuelas de la pobreza y la miseria  de África son extensibles
 a muchos  rincones del mundo, y se deben en gran parte, a causa de nuestros errores como sociedades que han crecido vertiginosamente en producción económica,  en valores  tecnológicos, académico-científicos; pero  que se han olvidado de forjar una buena base humana en valores morales y éticos.

 El egoísmo en pequeña y gran escala,la avaricia, el descontrolado afán de superación
 que  promueven nuestros sistemas sin ir acompañado de un crecimiento espiritual en las personas; hacen que nuestros sistemas educativos generen competentes profesionales, pero en muchos casos;  éstos son incapaces de procesar sentimientos de empatía y solidaridad por los demás. No pueden profundizar en el verdadero sentido que implica el vivir y el ser humano.

Así, estos profesionales se convierten en  agentes productivos para el sistema pero estériles para la
consolidación de la propia humanidad, entendida en este caso como la  capacidad de mostrar sensibilidad, bondad y compasión hacia nuestros semejantes.

Preguntemos  a las generaciones más jóvenes de hoy qué es lo que buscan en sus vidas. Probablemente muchas de las respuestas serían éxito profesional, reconocimiento social, dinero, diversión, entretenimiento  y  bienes materiales. Una fórmula atractiva que promete llenar la vida de uno con satisfacción y plenitud, pero que a la larga resulta ser insuficiente; pues la estructura interna del ser humano es mucho más compleja  de satisfacer, no alcanza con el cumplimiento  de un listado de logros personales. De ahí ese descontento generalizado que uno ve y percibe en cuanto sale a la calle. De ahí a que haya tanta infelicidad social.


Pocos  llegan a profundizar sobre la verdadera razón por la que la humanidad se está autodestruyendo; pues distraídos por los ruidos de las modas, las tendencias, los medios de comunicación, el ocio y la especulación económica poco tiempo es empleado para reflexionar.



 El mundo, nuestro mundo; vive las consecuencias de esos esquemas sociales trazados  erróneamente con el objetivo de pretender avanzar mirando el bienestar propio en lugar de buscar el progreso en conjunto.

 Nuestro sistema social está lleno de errores, errores cuyas consecuencias se pagan caro, en países donde sus habitantes no tienen ni comida, ni agua ni posibilidad de acceder a un servicio sanitario básico.

No es ésto una crítica negativa, sino una percepción  fundamentada en la realidad de miseria que aún existe en pleno siglo XXI, donde se han vencido barreras tecnológicas y espaciales, científicas y académicas, pero aún continúan existiendo barreras solidarias y empáticas entre los seres humanos.

Por eso es fundamental  abrir los ojos hacia lo que sucede más allá de nuestros hogares, observar  lo que le ocurre a los demás, lo que les aflige; aprendiendo a apreciar la riqueza existente en las distintas realidades de vida que confluyen en  el mundo en el que vivimos.

 No  sólo  aquello que nos afecta directamente a nosotros o a nuestro entorno cercano es lo único que existe. Ésto a menudo se nos olvida y caemos en uno de los errores humanos más frecuentes y más peligrosos: el egocentrismo; que nos lleva a creer que somos el centro de todo y que lo que nos ocurre personalmente es lo más importante del mundo.


Por no aprender a mirar  más allá de lo que tenemos en frente de nuestros ojos, perdemos  así la noción de cuán grande es la dimensión  humana; centrándonos sólo en una pequeña fracción, representada en nuestra propia persona.


A menudo,  quienes están en la cima del sistema se sienten superiores, degustando  los falsos placeres que confiere el poder y todos sus otros espejismos que le rodean: dinero, fama, admiración, belleza, envidia y enaltecimiento del propio ego. Todo un abanico de ilusiones y apariencias que  ellos mismos disfrazan de  'vida feliz' y llaman a esto felicidad, cuando en realidad  no constituyen más que un engaño: un engaño  hacia ellos mismos y un engaño hacia la sociedad.

'La forma  muta constantemente, sólo la esencia se mantiene intacta'
' Nuestros sentidos nos engañan'

Aprendemos estos conceptos en el estudio del pensamiento de distintos filósofos y  sin embargo no les prestamos atención. Nuestro día a día nos confirma, que  estas enseñanzas forjadas  hace miles de años por grandes pensadores, aún tienen una aplicación vigente  en la sociedad  actual en la que vivimos, pero  sin embargo; resulta  que no lo tenemos en cuentan ya que en nuestros tiempos todo se valora según la  apariencia,  todo gira en torno a lo que nuestros sentidos perciben. ¿Y la esencia?
Parece que buscar la esencia ya no se lleva.

No caigamos pues, en la trampa de aceptar  las formas sin reflexionar sobre su esencia,  no aceptemos ideas sin cuestionarlas  interiormente  por medio de nuestro propio pensamiento. Busquemos el fondo de toda cuestión trascendiendo la mera apariencia o imagen de las cosas, de las personas y de nuestro entorno.

 Aunque nos parezca que nada podemos hacer para mejorar la actual situación de pobreza, guerras o enfermedades en el mundo, al menos no cometamos el error de creer que nuestra sociedad está por encima de las otras.  No permitamos que la soberbia  y los aires de superioridad con la que hablan los Gobiernos y las empresas más poderosas del mundo, se cuelen en nuestros  corazones haciéndonos creer finalmente, que  somos mejores que  otros.

No creamos, ni por un segundo; que  el concepto de felicidad que nos vende nuestro sistema es el verdadero, porque lo cierto es que  nos queda muchísimo por aprender a nivel humano de  la felicidad que promueven las sociedades más pobres; aquellas a las que nuestros gobiernos llaman países tercermundistas y a las que suelen  mirar de lejos, sin pensar que pueden aportarnos demasiado.

A pesar del egocentrismo  que nos inculca nuestra sociedad, fomentando en sus ciudadanos una falta de humildad muy grande a la hora de reconocer precisamente esa  arrogancia de nuestro sistema político, económico y social de los que hablábamos anteriormente  y que tanto daño causan fuera de nuestras fronteras; siempre hay esperanzas de que seamos capaces de aprender de aquellos que ven la vida con otros ojos, respirando aires  de una sabiduría y una felicidad  mucho más espiritual  y  nada hipócrita, a diferencia de la que ofrece, en la mayoría de los casos nuestro 'mundo moderno'.


La posibilidad de cambiar  aquello que no va bien, surge precisamente al analizar qué es lo que verdaderamente hace feliz al ser humano y a la humanidad en su conjunto, e iniciar  entonces su búsqueda de manera franca y desinteresada. Eso sí... recordemos siempre que es un error buscar fuera  lo que yace en el interior de todos y cada uno de nosotros. La felicidad está en la esencia, no en las formas.