Thursday 26 June 2014

Manos a la obra y aprendiendo a regatear


 Lo primero que hicimos fue limpiar el aula donde construiríamos La Biblioteca. Durante años, este espacio había servido de trastero para almacenar sillas rotas, trozos de maderas, herramientas y bloques de construcción que el director Sampson  ha ido  acumulando con la intención de poder finalizar, en un futuro;  un muro de seguridad que rodee todo el terreno.


Aula antes de comenzar la obra para hacer la Biblioteca.
 No hay ninguna barrera de seguridad que  delimite la entrada de la escuela y el patio, con la carretera  de tierra  anexa al edificio; por la cual circulan coches y tro tros.

Sólo los desniveles y los baches del suelo hacen que los niños presten  más atención instintivamente cuando corren o juegan en los recreos, por lo que su propia intuición para evitar caerse o golpearse también les lleva a  detenerse cuando ven coches y evitar ser atropellados.

 El sitio es peligroso si se tiene en cuenta que se trata de una escuela primaria, donde los alumnos más pequeños tienen  tan sólo tres años. Los profesores  y  las voluntarias   vigilábamos y  estábamos pendientes de que miraran antes de cruzar cuando salían corriendo para buscar una pelota que se les escapaba, pero siempre había riesgo.

   Comenzamos manos a la obra y en equipos sacando todos los trastos de aquel aula que parecía más bien un museo de baratijas de hierro cubiertas de polvo. Los alumnos de 5º y 6º nos ayudaron a vaciar, limpiar y barrer toda la sala hasta que quedó en condiciones aceptables como para comenzar con el trabajo más duro: revocar las paredes, el techo y hacer el suelo.

¡Manos a la obra con el equipo de limpieza!
Bea y Mary, las cocineras se llevaron todas las ollas  que usan para preparar el almuerzo diario y se 'mudaron' a un pequeño hall de entrada ubicado junto a la puerta de la oficina del director. Esa sería la nueva cocina.

Los niños estaban ansiosos al ver ese aula  ahora limpia y vacía  que pronto se convertiría en la biblioteca. Incluso antes de empezar la obra ya querían saber cuándo estaría  terminada, cuándo traeríamos los libros y cómo iba a quedar todo.

¡Eso mismo nos preguntábamos nosotras!

Pero vayamos por partes:


Aula limpia y lista para empezar la construcción.
 Amigos, familiares y conocidos  comenzaron a mandar sus colaboraciones económicas. A medida que éstas llegaban las íbamos sacando del banco y gastando en la  compra de materiales y los gastos de la obra.

Lo primero que compramos fueron las bolsas de cemento, pagamos a un camión de carga para que trajera arena y  al aguatero por los bidones necesarios para hacer la mezcla. También pagamos a los trabajadores.

Por lo general, cuando uno va a hacer una obra de construcción o  remodelación, se limita a hablar con los albañiles o profesionales del sector y luego va a grandes almacenes donde puede comprar los materiales, o  éstos se encargan de hacer el presupuesto para su cliente y de comprar todo.



Comenzando la obra.
¡Evidentemente allí no era así! no teníamos esos grandes almacenes. En Ashaiman, uno no puede ir a lugares como Leroy Merlín o  Aki bricolaje  (por poner un ejemplo) y encontrar  todo lo que necesita en un mismo sitio. En el centro de Acra hay  unos polígonos industriales que venden materiales de calidad  pero los precios eran mucho más caros y nosotras no podíamos permitírnoslo, así que optamos por comprar lo que necesitábamos en el mercado local.





 Visitar y comprar en el mercado de Ashaiman es una de las actividades  más  interesantes que uno puede  hacer en ese barrio. Es algo caótico pero al final te acostumbras e incluso llegas a extrañar el ruido intenso de su ambiente cuando ya no estás  envuelto en él.  

Bea, una de las  señoras que cocina en la escuela.


Es  una experiencia que va más allá del mero intercambio comercial: no es sólo el encuentro entre un vendedor, un producto y un comprador sino que toda la atmósfera que envuelve este entorno de Ashaiman  y su gente, se convierte en una experiencia de interacción social increíble donde uno tiene la oportunidad de charlar, negociar, reir, enfadarse, agotarse y en definitiva entender realmente cómo funciona el sistema y el pensamiento de este pueblo. 




Mary, la otra cocinera de la escuela.
Al igual que en otros muchos rincones del mundo, el regateo en África es cultural; es todo un arte y podríamos decir incluso un requisito obligado que se da por sentado entre comprador/ vendedor: el comprador siempre  debe pedir que se mejore el precio y el vendedor siempre lanza una primera cifra sobrecargada porque sabe perfectamente que para cerrar la compra tendrá que hacer una rebaja considerable.


 Yo, que nunca supe regatear por nada, me encontraba allí  discutiendo por precios y pidiendo siempre un descuento, de una manera tan natural que ni siquiera me daba cuenta de ello ni me reconocía a mi misma comprando de aquel modo.






En realidad regateábamos, no sólo porque allí fuera una costumbre; sino porque teníamos que controlar con lupa en qué gastábamos el dinero y cuidar nuestro presupuesto. Nuestro objetivo principal era la compra de libros para la biblioteca. Los libros  son  caros, y deseábamos comprar el mayor número posible de ejemplares, por eso debíamos gastar menos en el acondicionamiento del aula.  


Mercado de Ashaiman, Greater Accra, Ghana.
Cada día, acompañábamos a  Mr. Sampson a los puestos del mercado. Averiguábamos todo por nuestra cuenta, hablando uno a uno  con los vendedores de materiales, comparando los precios, peleando para que no nos cobraran de más, intentando calcular cuál sería el límite de nuestras posibilidades económicas y en base a eso determinábamos qué materiales y qué  mobiliario serían realmente imprescindibles y cuáles no.






Hacíamos las reuniones y los cálculos sentadas dentro de su tro tro particular,  siempre aparcado debajo del árbol del patioy con las puertas abiertas para que circulara el aire. Allí hablábamos de los avances y de los contratiempos de la obra. Luego recorríamos de nuevo todas las calles de Ashaiman, desde un punto a otro parando en distintos puestos y comprando definitivamente en los sitios con mejores ofertas. Decíamos  por ello, que el tro tro de Mr. Sampson  era nuestra oficina móvil. 


Mercado de Ashaiman, Greater Accra, Ghana.
En muchas ocasiones debíamos tomar tro tros públicos, o taxis compartidos, ( negociar también el precio del taxi). Las calles están en su mayoría sin asfaltar y llenas de agujeros  que destrozan los amortiguadores de los vehículos.  Así   que es normal que  éstos se  rompan  frecuentemente .

A la  hora  de  comprar, por ser extranjeras en algunos lugares nos ofrecían precios inflados en comparación con los precios para la gente local, por lo que Karo y yo optábamos por quedarnos fuera de los puestos, esperando mientras Sampson negociaba un buen precio  y luego ya a la hora de pagar aparecíamos nosotras.


Nunca nos daban recibo en estos sitios, simplemente porque no tienen comprobantes de pago, no tienen sellos, ni firman nada. Así que nosotras íbamos anotando todo en nuestro cuaderno de ingresos y gastos para hacer el balance y llevar el control.

Las señoras del mercado de Ashaiman.
Hacer las averiguaciones de precios, los cálculos de los materiales y hablar con los proveedores  nos llevaba todo el día: por  el mal estado de las calles , el tráfico loco y  los vendedores  ambulantes bloqueando las calles; a veces tardábamos todo el día sólo en cerrar una compra.


El tiempo que nos quedaba en Ghana era insuficiente como para garantizar que terminaríamos todo antes de tener que marcharnos, por eso nosotras forzábamos al máximo las 24 horas que tiene un día.

Queríamos abrir la biblioteca antes de nuestro regreso, terminar todo y también diseñar un plan de orientación  para que los profesores  supieran gestionarla y  los alumnos supieran como usarla. Pero íbamos siempre a contrarreloj.

Los trabajadores que nos ayudaron  a revocar las paredes, el techo y los que hicieron el suelo arrancaron con energía  pero a la semana comenzaron  los problemas.

A demás de trabajar en nuestra obra, tenían que atender otros compromisos y hacer otros trabajos que estaban fuera de nuestra área, por lo que en muchas ocasiones no venían a la escuela, no nos avisaban y  así la obra se paraba  por intervalos de a dos o tres días.

 Durante un año  viviendo en Ghana, ambas  pudimos comprobar que en el aspecto laboral   los trabajadores  no suelen  cumplir con los plazos de entrega, son muy informales  a la hora de comprometerse en finalizar cualquier tipo de trabajo en un determinado período de tiempo. El propio sistema del país entero está regido por la improvisación y la espontaneidad que provoca el dejar todo para el último momento.

Compañeras del camino.
Siempre presentes en todas partes.
Ésto fue un factor con el que siempre tuvimos que luchar, ya que nosotras también trabajábamos en la obra y en las tareas de limpieza, pintura, mudanza, compra y organización de los libros. Todos formábamos un equipo y el trabajo era en cadena, por lo que ese retraso  nos afectaba a todos.

Sin embargo, a medida que la obra avanzaba, íbamos aprendiendo que por más dificultades que uno pueda encontrar llevando a cabo un proyecto en un país africano, donde la realidad del pueblo es muy distinta  a la que uno está acostumbrado;
todos estos  inconvenientes, también ayudan a reflexionar sobre una nueva forma de entender la vida. Es un sistema diferente al nuestro, pero no por ello significa que no podamos aprender nada positivo de la experiencia.


Es curioso observar cómo al vivir en un lugar nuevo, y al estar expuesto a elementos de una cultura distinta a la de nuestro origen,  uno acaba  adoptando progresivamente  las  formas de expresión, de saludos, de diálogo y de interacción social que usan los  nuevos vecinos  locales. No es que uno abandone las costumbres ni formas  que  tenía antes, sino que simplemente amplía el abanico sociolingüistico y gestual añadiendo estas nuevas formas de expresión social a las ya antes adquiridas.

Nos dábamos cuenta de cómo nosotras, las voluntarias; habíamos cambiado desde nuestra llegada a Ghana. Nuestra forma de hablar, bromear, o de entablar una conservación  iba ajustándose a la forma de relacionarse  de nuestros alumnos, vecinos y amigos, hasta pasar a ser  muy diferentes a las que, tanto Karo como yo, usamos  en nuestros respectivos países, por poner un ejemplo.


Con mis vecinos taxistas del barrio de Ashaiman,
en mi último día en Ghana.
Ésto pasa siempre que uno se va de su país y llega a otro, no como turista de vacaciones por una temporada, sino como residente por un cierto período de tiempo.

La mayoría de los que emigramos, queremos explorar la nueva cultura, entenderla e integrarnos en su sociedad ¡sin olvidar nuestras raíces, claro! pero con el profundo deseo de ir aprendiendo poco a poco a abrir nuestros  horizontes ideológicos, a aceptar nuestras diferencias, a ser más tolerantes, a esforzarse por entender a su gente y quedarnos con lo mejor que esa sociedad pueda enseñarnos: a respetar a este nuevo pueblo y en definitiva a avanzar en nuestra adaptación social.


En este caso, nosotras empezamos por aprender el saludo y las formas de cortesía en lengua local, twi; indicando que queríamos hablar como la gente local, que no éramos simplemente turistas.


Para comprar y negociar en Ashaiman, para vivir en ese barrio; hay que dejar claro que no somos visitantes, que somos obrunis  (como nos llaman para indicar que no somos africanas)  pero  que también  formamos parte de la comunidad. Con Karoline hablábamos con  el vocabulario que ellos usaban, recurriendo a frases, gestos o señas que todos ellos emplean normalmente. Forma parte del proceso de  integración el ir limando poco a poco nuestras diferencias  y abrazando aquellos puntos culturales que tenemos más en común y que nos unen en lugar de separarnos.


Así podía sentir que yo también era parte del barrio.



La experiencia de poder vivir, trabajar o estudiar en un país distinto al nuestro, es una de las cosas  más bonitas y enriquecedoras que uno puede hacer en esta vida.



 Ojalá todos, al menos las generaciones más jóvenes; pudiéramos salir por un tiempo  y luego regresar a nuestros hogares con toda esa riqueza humana y espiritual que uno experimenta cuando se va a vivir a otro lugar. No importa si es mucho o poco el tiempo, más bien se trata de vivir en un país desde   la perspectiva de un residente, integrándose en una sociedad distinta y no vivir como un turista. ¡Sinceramente vale la pena!

Así fue como, entre pausa y pausa ;) nuestra biblioteca fue tomando forma: primero el techo, luego las paredes, semanas más tardes llegaría el momento de hacer el suelo y con ello, también llegó la inundación del barrio a causa de la lluvia: el agua entró en el aula y lo inundó todo. Tuvimos que salir en busca del carpintero y encargar ventanas para cerrar esas aberturas, evitando otra posible  inundación para la próxima.

Pero eso fue ya otra historia...

                                                                                                                  To be continued...


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